martes, 10 de diciembre de 2013

Psychoville

Para un escritor, hay ciertos estilos que, por su naturaleza, son más difíciles de mezclar que otros. Y sin duda hay dos estilos tan contradictorios que suponen un verdadero reto ensamblarlos, y estos son el terror y la comedia. Pero que sea difícil no quiere decir que no se pueda conseguir. 
Ése es el caso que tocamos hoy desde chance to flyy, y no es otro que la serie británica Psychoville, en la que Reece Shearsmith y Steve Pemberton nos regalan una comedia negra con unos personajes terroríficos. En ella encontramos a un ciego (Mr. Lomax) coleccionista de muñecos antiguos, un payaso alcohólico (Mr. Jelly) que sólo tiene una mano y que odia profundamente a un payaso competencia suya (Mr. Jolly); también tenemos a una matrona (Joy) que cree que el muñeco con el que practica es su verdadero hijo, un enano (Robert) con poderes telequinéticos o a David, un niño encerrado en el cuerpo de un adulto, que aún vive con su madre Maureen y que en realidad quiere ser asesino en serie. Todos estos personajes tan dispares tienen dos cosas en común: una de ellas es que, salvo el enano, a todos los interpretan los dos creadores de la serie, pero a nivel de trama, tienen en común que todos reciben una carta en la que se les advierte de que su secreto va a ser rebelado. 
Esta genial serie de BBC consta de dos temporadas que hacen un total de catorce episodios, la mayoría de ellos plagados de gags y de guiños a los grandes maestros del terror, pero sobre todo hay que recalcar ese genial episodio cuarto de la primera temporada, en el que el estudiante para asesino en serie David y su madre Maureen nos hacen recordar esa película llamada La Soga, obra del maestro del suspense Alfred Hitchcock. Sólo por este capítulo ya merece la pena ver la serie completa.
Y si además de este episodio, disponemos de un guión muy bien llevado a cabo, junto con una estética algo tétrica con un sello y estilo muy bien marcados y unas actuaciones exquisitas, el resultado es esta grandísima obra que no dejará a nadie indiferente.

Francisco M. Pérez.

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