lunes, 17 de marzo de 2014

Nebraska


2013, Estados Unidos.

Alexander Payne. 

Después de recibir un supuesto premio por correo, Woody Grant, un anciano con síntomas de demencia, cree haberse vuelto rico y obliga a su receloso hijo David a emprender un viaje para ir a cobrarlo. Poco a poco, la relación entre ambos —rota durante varios años por los continuos desvaríos etílicos de Woody— tomará un cariz distinto ante la sorpresa de la madre y del triunfador hermano de David.



Se trata de una película cuyo género se antoja difícil de definir. El motivo principal es que Nebraska refleja con una sencilla modestia el drama y la comicidad de la vida. Una brillante road movie que se lanza a la carretera para detenerse en el pasado de un personaje demasiado desgastado para afrontar los cambios que sufre su mundo. Bruce Dern realiza una actuación estelar acogiendo a un pobre anciano que, pese a alejarse del prototipo de protagonista simpático y bonachón, resulta entrañable bajo su fachada de gruñón. El resto de personajes resultan casi igual de sobresalientes que él. El cuadro familiar se intuye en primera instancia sin más necesidad que unas pocas acciones y gestos. Los personajes secundarios hablan de la falsedad y el interés hipócrita del ser humano que siempre destruye sin piedad al más débil. No obstante, los lazos que esta película separa y une son la parte verdaderamente bella y emotiva de la trama. 

Un guión muy trabajado y una técnica narrativa añeja que junto a la falta de color refleja en todo momento el constante sentimiento que invade al protagonista. Y justamente éste es el punto que hace de Nebraska un arte audiovisual. Hoy en día muchos cineastas parecen haber olvidado que el cine no sólo se construye de palabras transformadas en pequeños gags y efectos especiales que parecen salirse de pantalla. El cine es en esencia la fusión de lo visual y lo sonoro, es el conjunto de centenares de elementos que trabajan como uno solo y es el arte del subtexto. Y con todo ello, el cine consigue transmitir emociones. Esta película, gracias a unas piezas bien trabajadas y colocadas en el orden exacto sin más pretensión que la de asumir el roll de espejo de lo cotidiano, resulta una obra prácticamente perfecta. Una vez más el cine independiente demuestra que la sobrecarga de artificios eclipsan el corazón de la historia.

Un viaje hacia Nebraska que obliga a una familia ya cansada de su rutina a permanecer unida y un punto de inflexión para cada uno de ellos que dejan su orgullo y prejuicios perdidos en medio de la carretera. 

Alba Guillén.


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