Spike Jonze
Demasiado a menudo estamos acostumbrados a huir ante la sola idea de película romántica, melosa, azucarada y todos los epítetos que se le quieran dedicar al género. Por eso mismo la propia idea en la que se articula HER es motivo de curiosidad y de, cuanto menos, una prudente aproximación.
No es que estemos ante la idea más novedosa del mundo, de alguna manera películas como Carta de una desconocida de Max Ophüls ya exploraba la idea del amor sin una correspondencia física.
No obstante es cierto que la idea que Spike Jonze nos propone al plantear la posibilidad de un amor entre un humano y la voz de un sistema informático supone no solo una actualización original del tema sino que además desemboca en otras consideraciones tan interesantes como inquietantes, al respecto de este mundo de zombies aislados emocionalmente en el que viven sus personajes.
Situada en un futuro no muy distante, HER es el retrato de un mundo frío, donde las personas viven y enteractuan con otras mediante la tecnología, donde parece que ya no hay tiempo para las relaciones auténticas y donde las emociones deben ser ejecutadas por trabajadores para estos menesteres. Un mundo que a vuelapluma puede parecer exagerado pero que, en el fondo no deja ser una evolución posible a eso que todos hemos visto en el metro o en un bar gente reunida que se comunica a través de un smartphone.
Esto es sin embargo un elemento que, al centrarse el film en el elemento romántico acaba relegado a un segundo plano, dejando la sensación de material no debidamente aprovechado. Al fín y al cabo, si de la historia de amor hablamos no vamos a encontrar nada fuera de lo común. Amor, malentendidos, traumas del pasado, rupturas renaceres...Todo eso sí, pasado por el tamiz estético de un Spike Jonze que pone todo su empeño en relacionar silencios y frialdad, calidez y diálogo, soledad y melancolía. Ejemplos un tanto trillados pero que acompañados por unos planos que alternando la proximidad a los personajes con la lejanía contextual consiguen su objetivo de ubicarnos corrrectamente.
Es precisamente en el dibujo de los personajes donde HER gana empaque, aunque quizás seería mejor no hablar tanto de dibujo como de cañones de empatía. Efectivamente tanto, Phoenix como Adams o Mara funcionan por su nula bimensionalidad y sus escasos matices. Son personajes teledirigidos a crear vínculos inmediatos con la audiencia, sean positivos, negativos o enternecedores. Son los puntos cálidos de un entorno frío y aséptico, los clavos ardientes donde el espectador vuelca y proyecta sus recuerdos, anhelos o fantasías románticas. No por ello hablamos de malas interpretaciones, al contrario, pero sí de una estructura marmorea esculpìda exprofeso por el director y que aunque funcional, sí resulta por momentos monótona.
Vale la pena incidir en el proceso de enamoramiento, dado que la partenaire de Joquin Phoenix no es una voz cualquiera sino que es “interpretada” por Scarlett Johansson. Cierto es que su tono, capaz de oscilar entre la ingenuidad más naïf y la sensualidad (o sexualidad) más desbocada ayuda al no extrañamiento de la situación, pero por ello mismo resta autenticidad al no poder discriminar la voz de nuestra imagen mental de la Johansson. En este aspecto una voz más anónima posiblemente hubiera sido más arriesgada, y al mismo tiempo más auténtica.
De alguna manera, HER viene a ser, en su trasfondo, una broma cinematográfica de Spike Jonze con ganas de atizar a su ex, Sofía Coppola. No es que esté dedicada a ella, pero los detalles lo delatan. Los planos a lo Lost in Translation, el vagabundeo diario entre la soledad y el extrañamiento de Joaquin Phoenix remiten a Bill Murray, y Scarlett sigue siendo Scarlett. De hecho hasta Rooney Mara, tan dulce como destilando bilis es la otra cara del perosnaje que la Coppola dedicó en el cuerpo de Giovanni Ribisi al propio Jonze.
Así pues HER, es una dulce venganza que se paladea por sus suaves contornos, que se disfruta por su apariencia de inteligencia y orginalidad, pero que por desgracia obvia todo aquello que podría generar una reflexión más profunda y que opta por el la brillantez del envoltorio. Una lástima, ya que de algo que podría haber dejado poso de referente acaba por ser un jueguecito simpático, aunque demasiado cargante en sus ínfulas de apariencia.
Alex P. Lascort
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