El director de grandes títulos como El Lector, Las horas y Billy Elliot regresa a la gran pantalla con un ameno film que sospechosamente recuerda a Slumdog Millionaire, pero sin esa chispa que la caracteriza. El tema es atrevido y es tratado de forma desenfadada para enmascarar así el contenido dramático del trasfondo. No obstante, la sensación de que podría haber sido más de lo que es resulta innegable: se queda en una mera anécdota, sin llegar a la profundidad que se merece, dejando un extraño sabor de boca.
Claramente estudiado para agradar a un público amplio, la música, los colores y el montaje, así como la vitalidad de los jóvenes protagonistas, son elementos que dan frescura al producto y entretienen hasta el final sin puntos decadentes. Sin embargo, está todo tan planificado al milímetro que pierde la espontaneidad con la que arranca. Tanto es así, que fácil es anticiparse a esta estructura académica e intuir el final.
Otro factor negativo son los mismo personajes, arquetipos en más de una ocasión. Además, actores de la altura de Rooney Mara y Martín Sheen quedan totalmente desaprovechados a la sobra de unos protagonistas vírgenes que saben salir del paso con buena nota.
Recomendable para espectadores sin grandes expectativas con el único objetivo del entretenimiento y que quieran conocer una triste realidad de puntillas. Éstas son las consecuencias de las exigencias de un público que espera más de un director con renombre.
Alba Guillén
0 comentarios:
Publicar un comentario