Érase una vez

Once Upon a Time nace bajo la idea de rescatar a los clásicos Disney y fusionar a todos sus personajes para que convivan en el mismo mágico mundo. 

La serie arranca en nuestro mundo real de la mano de Emma Swan, una mujer cuya vida cambia cuando su hijo, al que había dado en adopción diez años antes, la encuentra. Él cree que su madre pertenece a un mundo irreal y que es la hija de Blancanieves.

La idea es lo suficientemente interesante como para atraer a millones de espectadores. El fallo está en cómo hacen de una idea original un argumento repetitivo y flojo. 

La trama principal llega un punto en la que se estanca y los guionistas deciden tirar de demasiados Flashbacks que convierten varios capítulos de la temporada en capítulos relleno. No obstante la serie sobrevive y se mantiene hasta un final que da un cambio radical a la serie, o eso parecía. 

La segunda temporada decae estrepitosamente y carece de interés conforme avanzan los capítulos hasta llegar al clímax donde repentinamente se vuelve a recuperar y deja con las ganas de una apetitosa tercera entrega. 
Y esta tercera temporada vuelve a antojarse algo repetitiva y cansina hasta que, como ya es natural en la serie, a mitad de temporada vuelve a coger fuerza para aportar un final digno.

La verdad es que Once Upon a Time sufre bastante altibajos y los fans son conscientes de ello, pero ¿Por qué siguen fieles? La respuesta seguramente se anida en las muy logradas versiones que esta serie consigue crear de las míticas historias Disney. Y es que realmente logran cambiar todos los clásicos para aportar un toque fresco y a veces totalmente innovador. 

Podemos ver, por ejemplo, a un malvado Peter Pan que secuestra a los niños perdidos de Nunca Jamás o a una Caperucita Roja que con la luna llena se transforma en ese lobo que atemoriza al pueblo. Y es aquí donde hay que aplaudir al magnífico trabajo de los guionistas por este brote de originalidad.

Pero otro suceso extraño sucede con la serie, y es al amor-odio que el espectador siente hacia sus protagonistas. No es un sorpresa afirmar que el gran peso de la serie recae sobre su gran elenco.

A través de las tramas conocemos sus historias, fortalezas y debilidades. No obstante, resulta curioso comprobar cómo los fans no tienen gran estima hacia la protagonista principal- protagonizada por la actriz Jennifer Morrison- la cual es fría y distante y dificulta poder simpatizar con ella. Pero más curioso es el irrevocable odio hacia la bonachona y perfecta Blancanieves. Tanto es así, que los seguidores de la serie dedican "lindeces" hacia el personaje tras cada capítulo. 

Y es que parece ser que caracterizar a un personaje tan bueno y-como la califican-cursi, tan sólo pega en la animación. Tampoco cae nada bien el pequeño Henry, al cual incluso los fans le desean la muerte por tal de que deje de molestar en pantalla. 

Pero inesperadamente, es la gran malvada de la serie, Regina, quién se gana la simpatía de los espectadores. Eso sí, tras demostrar que no es tan malvada en el fondo, tal y como sucede en películas como Maléfica. También parece caer en gracia otro malo: Robert Carlyle en su papel de Rumplestinski que logra la mejor interpretación de toda la serie. Pero realmente son los personajes secundarios los más queridos y por los cuales muchos y muchas beben los vientos. 

Entonces, analizando la situación, la serie no es alabada por su argumento, tampoco es querida por sus protagonistas, pero sin embargo se mantiene con un número destacable de seguidores. Parece ser que la serie realmente tiene un brote de magia capaz de encandilar hasta el último momento.

Alba Guillén.